Hechos de fe
Por Pablo Kelbauskas (Docente del Grupo de Viaje 2013)

Foto: Pablo Kelbauskas

Los espacios destinados al culto constituyen, por diversas razones, una parte importante de la experiencia del Viaje.

Desempeñan —como es obvio— un rol significativo en las construcciones historiográficas. Como materializaciones emblemáticas de ciertas sociedades y por su protagonismo físico y simbólico en las ciudades.

Cumplen, además, con dos condiciones que, en el contexto de un viaje de estudiantes, vuelven a los viajeros particularmente sensibles a las cuestiones del espíritu: se trata, en general, de edificios de acceso tanto público como gratuito.

Las excepciones —hay que señalarlo— configuran un universo tanto más rico que las propias variantes del corte basilical: las “velas eléctricas a moneda” para observar algún cuadro famoso, el ticket para “turistas blancos” en alguna iglesia neoyorquina donde escuchar gospel o el cajero automático de la catedral de Los Angeles para el fiel que se descubre sin cash, son apenas algunos ejemplos. Dios —se podrá decir— no es mecenas, ni tiene porqué aceptar tarjeta.

Pero no es ese vínculo entre el universo material y el culto a seres superiores al que hace referencia el juego de palabras del título.

Algunas veces la arquitectura consigue, con materialidades mínimas o insospechadas, hacer tangible la experiencia religiosa, incluso para aquellos que no creen.

En el marco de un viaje de estudiantes de arquitectura vale la pena detenerse en ellos no sólo a disfrutar de la experiencia perceptiva o a cuestionarse las convicciones propias sobre la trascendencia sino, particularmente, en calidad de curiosos intencionados —es decir, viles usurpadores de técnicas perfeccionadas por otros— proveer sin culpa los bolsillos disciplinares.

Este largo rodeo es para simplemente sugerir cinco visitas que bien podrían configurar algo así como un recorrido geográfico-temático y, particularmente, conceptual. Apenas uno de todos los posibles y necesarios para hacer del viaje algo más que una sucesión de experiencias inconexas.

Inicia en la capilla católica Pastoor Van Ars en La Haya (Holanda), proyectada por Aldo Van Eyck en 1968 ; y sigue con cuatro capillas luteranas. La capilla de Bagsværd (Dinamarca), construida en 1976 por Jørn Utzon, las de St. Peter en Klippan, cerca de Malmö, y de St. Mark, en Bjorkhagen, cerca de Estocolmo (Suecia), ambas proyectadas por Sigurd Lewerentz en 1956 y 1963 respectivamente, y la del campus universitario de Otaniemi (Finlandia), proyecto del matrimonio de Heikki y Kaija Sirén, de 1957.

Estos edificios tienen en común cierto momento y lugar de producción, a partir de lo cual se podrían construir relatos explicativos varios. Interesa empero detenerse aquí en lo que quizás los vuelve más vigentes y provocadores: sus procesos de concepción implican la aparente contradicción entre el carácter sagrado y la materialidad “innoble”, mientras sus resultados no dejan dudas acerca de la eficacia de cada una de las decisiones proyectuales.

El tosco ladrillo de obra con junta gruesa que domina los pisos, paredes y techos de los oscuros interiores de las iglesias de Lewerentz, los bloques y los lucernarios cilíndricos de hormigón prefabricado de la capilla de Van Eyck, el sistema modular de prefabricados de hormigón pintados de blanco de Utzon o la obra de ladrillo de prensa y cerchas de madera de los Siren son, todos ellos, elementos más propios de construcciones utilitarias, rurales o industriales, que asumen aquí, sin embargo, el compromiso de materializar nada menos que lo intangible.

Simples hechos materiales cuyo componente fundamental es la sabiduría acumulada de una práctica precisa, reflexiva, creativa, inconformista y rigurosa a la vez.

Bastante más que simples actos de fe.

 

Publicado por | 14 de agosto de 2013 - 01:05 | Actualizado: 27 de agosto de 2013 - 23:21 | PDF

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