Amores de oficina
Por Pablo Kelbauskas (Docente del Grupo de Viaje 2013)

Foto: Pablo Kelbauskas

Hay gente lo suficientemente extraña como para que la visita inminente a un edificio consagrado le genere un nerviosismo parecido al de una cita a ciegas. Datos precisos, descripciones exhaustivas, fotografías virtuosas y relatos acerca de su trascendencia disciplinar, ocupan el lugar vacante de la experiencia, y ésta —intuyen— los sustituirá definitivamente.

Es así que el grupo de viajantes atraviesa aquel Manhattan lluvioso, apurado y amarillo de taxis, con cierto cosquilleo en las tripas.

Pero el Seagram no decepciona. La plaza parece prevista para la caída, a los pies del gigante, del observador iniciado capaz de apreciar las virtudes de la elegante caja de vidrio con núcleo de servicios. Materiales nobles, detalles elaborados hasta volverse imperceptibles (como dios), colores acotados a una paleta de ocres de la que no escapan ni vidrios, ni perfiles, ni las luces amarillentas alineadas maniáticamente en los cielorrasos. Si existen las ideas construidas, he aquí una de ellas.

Pocos minutos después, apenas cruzar Park Avenue, la Lever House los invita a traicionar el amor recién prometido para siempre. Bloque alto y bloque bajo dialogan en tono de severa intimidad y son fotografiados hasta el límite de la indiscreción. La nueva piel, tersa, impecable, miente acerca de la edad de la pareja. Pero no hay forma de no querer creer en su eterna adolescencia.

Los viajantes, empapados, siguen camino hacia el este de la isla, dispuestos a difundir la buena nueva. El poder sincronizado de los cánones aplicados con destreza —queda demostrado— convierten a cualquier infiel en el más entusiasta fedayyin.

Con otros edificios los riesgos son diferentes. Ocupan poco lugar en los relatos, sus fotos tienen menos brillo y su visita se acerca a la hora de almorzar.

Así, desprevenidos, llegan a la fundación Ford.

Detrás de su piel oscura (y del frenesí de la calle) aparece el silencio impactante del corazón ajardinado rodeado de oficinas. Los recién bautizados se toman un tiempo. Mientras, contemplan boquiabiertos el derrumbe de algunos mandamientos.

Fue aquel día, luego, durante el almuerzo —y con no pocas discusiones de por medio— que acordaron, unánimemente, declararse promiscuos para siempre.

 

Publicado por | 18 de mayo de 2013 - 01:05 | Actualizado: 29 de mayo de 2013 - 04:27 | PDF

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