Reflexiones sobre India
Por Rodrigo Muñoz (Estudiante del Grupo de Viaje 2013)

El Mercado de las Flores

Llueve, pero no importa, me bajo del ómnibus y el calor húmedo me da un apretado abrazo de reencuentro.

Sigo a la manada que liderada por nuestra guía local y su improvisado banderín verde fluorescente se adentra por una serie de pequeños callejones y caminos. Bajo nuestros pies se extiende un barro que lo cubre todo, a nuestros lados demarcan la ruta una serie de precarios refugios dentro de los cuales se cobijan niños, niñas, hombres y mujeres de todas las edades, que mientras nos ven pasar (la mayoría con indiferencia) comen, ríen, cocinan, juegan, comercian, ofrecen, mendigan… en fin… viven.

La manada avanza a paso lento, nuestros erráticos movimientos intentando esquivar los salpicones de barro lo imponen así. En ese transcurrir, mientras mi mente divaga buscándole sentido a todo esto, veo de lejos a dos compañeros que sonrientes fotografían a un hombre sin piernas que desde el piso, ese mismo lleno del barro que nosotros esquivamos, mendiga para subsistir, y me pregunto:

¿Que hacemos acá?

Mi cámara sigue en su bolso, no me dio el estómago para sacarla, ya estaba llena la cuota de voyeur de pobreza que es capaz de tolerar como para agraviarla detrás de sus cristales y espejos.

El recorrido finalmente llega a su fin, volvemos a reencontrarnos con nuestra pequeña burbuja de aire acondicionado: el bus. Subimos, nos acomodamos, se pone en marcha y partimos rumbo a otro mercado, de fondo se escuchan charlas de flores, telas, souvenirs, precios, ofertas, oportunidades, regalos y regateos; la misma pregunta sigue resonando en mi cabeza:

¿Que hacemos acá?

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Nuestro pasaje por India estuvo plagado de momentos como este, mas que una excursión, yo le diría un tour de la miseria. Pero eso si, uno bien de lejos, adentro de un bus con aire acondicionado y temperatura confortable, volviendo siempre a un cómodo hotel de no menos de 4 estrellas, escondidos detrás de nuestras cámaras de varios cientos de dólares, cosa de no detenerse a pensar en lo visto, y sí tener tiempo de salir a buscar regalos para la flia.

En lo personal, me voy de India con algunas certezas y otras tantas preguntas.

Las primeras asociadas a mis sentires sobre la explotación del hombre por el hombre, las miserias que produce y las herramientas que lo permiten. Hablan mucho de la espiritualidad de este país, me permito decir que ante tanta miseria y desigualdad, habría que analizarla desde algún otro lado.

Las segundas vinculadas a un viaje académico, que creo, debería cuestionarse seriamente si sumar un par de sellos más en el pasaporte mediante un pasaje fugaz por un destino exótico realmente vale la pena, si hay algo profundo que se pueda aprender sobre una cultura, sociedad y realidad tan complejas y distintas a la nuestra mirando detrás de los cristales de un bus o de una cámara, a la pasada. No dudo que existan riquezas a rescatar y lecciones por aprender de este lugar, pero estoy convencido que esta no es la manera.

Finalmente creo que si el objetivo de venir era provocar, lo logró, pero lo hizo, al menos para mi, en los mismos términos que lo hace ver a un niño limpiando parabrisas a cambio de monedas en las esquinas de nuestro Montevideo. Entonces insisto:

¿Que hacemos acá? ¿Que hicimos acá?

Me resulta particularmente incomodo pensar en la obscena cantidad de dinero que implicó nuestro pasaje por estas tierras, lo liviano de la experiencia asociada y la escala de la pobreza contemplada.

Creo que ambas, las preguntas y la incomodidad, me perseguirán por algún tiempo…

Publicado por | 7 de julio de 2013 - 17:16 | Actualizado: 7 de julio de 2013 - 17:16 | PDF

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