Las arrugas de Gehry
Por Pablo Kelbauskas (Docente del Grupo de Viaje 2013)

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Foto: Pablo Kelbauskas

Sobre el Guggenheim de Bilbao tenía ciertos preconceptos. Me parecía un gesto personal desproporcionado, un museo bastante convencional, una operación exitosa de mercadotecnia urbana y poco más.

Adelanto que lo que sigue no es la historia de cómo cambié de opinión. En realidad reafirmé gran parte de ella. (Quien avisa no traiciona).

Conocí Bilbao desde la casa de unos amigos vascos (donostiarras, más precisamente), Jon y Esther. Ella enfermera, él estudiante de arquitectura. La noche previa a mi visita al museo, pinchos y tapas mediante, conversamos largamente acerca del “Guggy”, nombre con el que los locales ya se referían al dichoso museo. Entre la información de último momento estaba la reciente visita de Gehry al edificio, en la que le señalaron con cierta preocupación la deformación del titanio, para lo cual (según versiones de prensa) el astro americano no encontró mejor respuesta que señalar que era mucho mejor de lo que se había imaginado. Que aquellas arrugas le sentaban de maravilla. Todo esto luego de un largo proceso de obra en el que el presupuesto parecía nunca llegar a un número definitivo.

En alguna parte de la conversación apareció la cita de De la Sota, sobre la obligación de la arquitectura de dar “liebre por gato”, así que nos divertimos largamente especulando acerca de cuál era el animal que se había pagado por este otro.

Al otro día, relativamente temprano, me dispuse a emprender hacia el centro. Desde la ventana del generoso estudio-cuarto de huéspedes que me tocara se veía cómo Bilbao se desparramaba por los huecos del Nervión, el río que le da origen y la separa a su vez en dos (para los bilbaínos: la ría). Techos terracota se amontoban por las laderas hasta dar lugar a los espacios a medio transformar de la ciudad portuaria e industrial, alguna vez orgullosa de los enormes monstruos que parían sus astilleros. Muy a lo lejos se llegaba a ver el brillo del Guggenheim, que prometía conducir a Bilbao a ser parte del circuito del turismo global.

Jon ya había salido, así que fui a por el ómnibus con Esther. Ella a su trabajo, yo al mío: la esforzada tarea de turista.

Mientras esperábamos, Esther me explicó que nos servían dos de las líneas que pasaban por allí. Esperamos mientras hablamos de esto y aquello.

A los pocos minutos apareció uno de los ómnibus. Sin embargo Esther me dijo que lo dejaríamos pasar, que el otro era mejor.

Mientras le preguntaba porqué, apareció el otro. Así que nos apuramos y lo abordamos.

Ya cuando estábamos en marcha me respondió: “éste pasa enfrente al Guggy. Veremos de qué color está hoy”.

Recorrí el casco antiguo de Bilbao tranquilamente.

Enfilé hacia el museo sólo después de un buen almuerzo y de recomponer mínimamente mi línea argumental.

Publicado por | 12 de noviembre de 2013 - 12:52 | Actualizado: 12 de noviembre de 2013 - 12:59 | PDF